En mi casa siempre hemos sido más de letras: jugamos al Scrabble de forma obsesiva, nos gusta llamar a las calles por sus nombres, nos explayamos relatando anécdotas, nos encanta descubrir parentescos entre palabras y descifrar significados ocultos. Nuestra genética procede de un lugar que es un octosílabo de Unamuno y los niños del pueblo aprendían a rezar antes ese poema que el Padre Nuestro. Eso podría explicar algunas cosas. Para mi madre se para el mundo cada tarde cuando llega la hora del reto de Saber y Ganar. Mi padre es un experto en lapsus linguae certeros e hilarantes y sus ocurrencias siempre describen la realidad mucho mejor que los términos convencionales. Mi hermana Vanila ha heredado este ingenio para apostillar la realidad con la velocidad y las sílabas adecuadas mientras Ariuca saquea las bibliotecas públicas usando su identidad y la mía, sin que sea suficiente. Por el contrario, es muy improbable que en mi casa prospere una conversación que trate sobre cómo funciona algo. Los mecanismos, la informática, la física y las matemáticas (más allá de la contabilidad más casera) son, más bien, considerados ocultismo.
Últimamente, una serie de informaciones han llegado a mí, o yo a ellas, avivándome las ganas de saber más sobre los autores inmortales de nuestra literatura afincados en el Barrio de las Letras. Después de una sobremesa en la Plaza del Matute, este verano, mi amiga Sara y yo compartíamos la fascinación por los vecinos ilustres que poblaron esas calles hace 400 años sin tener muy claro si lo que nos ponía la carne de gallina era lo que sabemos sobre ellos o lo mucho que intuimos que aún nos falta por saber.
Descubrir la foto de Sabina bajo el letrero de la calle San Joaquín, en Malasaña, me hizo plantearme que puede tratarse de una popularidad semejante a la que tuviera Lope en su día. Aunque Sabina disponga de un séquito de cantautores afines y Lope anduviera a la gresca con buena parte de sus colegas, los versos afilados que Sabina le dedicó a Fito Páez al concluir abruptamente su gira se parecen hasta en la métrica a los que intercambiaba Lope con Góngora y Cervantes cuando coincidían por la calle del León y hacían de la trifulca una delicatessen.
No sé si son buenos o malos momentos para la lírica pero, en tiempos de guerra no hay arma más poderosa que la palabra. Aquí os dejo estas doce canciones combativas, tiernas, delirantes… por si alguna os sirve.